El tema tributario en Argentina aburre y agobia, altera e invita a reflexionar desde otro lugar sobre qué hacer ante esta realidad
Doble imposición… confiscación… expropiación…, conceptos que suenan lindo, pero que a esta altura debemos aceptar que solo suenan, y nada más. De tanto esgrimirse perdieron peso, se diluyeron, y quedaron tristemente reducidos a simples preceptos académicos, acovachados en sombríos escritorios tribunalicios. Engalanan a quien los rescata en alguna mesa familiar, con tono vehemente, casi patriótico, pero que, en el fondo, todos sabemos, del abuelo al niño, que están vacíos de toda función práctica. Son como aquella melodía que de tanto oírse, ya no se escucha.
Hay que sincerarse, esta realidad el dueño de la lapicera la reconoce, y sin reparos, la usufructúa: no hay flujos por gravar, entonces, gravemos stocks (bienes personales, impuesto a la riqueza, impuesto a la herencia, etc.), total… ¿qué puede pasar?. La verdad…, que nada.
El tema tributario aburre en todo el mundo, pero en algunos lugares, como en Argentina, no solo aburre, sino que agobia, altera e invita a reflexionar desde otro lugar sobre qué hacer ante esta realidad.
Diría que como primera reacción es muy saludable quejarse y despotricar, aplaudir a quienes migraron a paraísos fiscales, en lugar de padecer en infiernos tributarios. Si bien esto no resolverá nada, nos hará sentir algo más aliviados.
Llamar al abogado tributarista, al contador (profesionales avezados en la problemática) nos hará retroceder al primer párrafo de este artículo, pero, aun así, lo recomiendo. Este llamado no nos va a aliviar, probablemente nos termine alterando, pero por lo menos nos permitirá poner en contexto el alcance del nuevo saqueo.
Llegamos así al paso final, modificamos el archivo de Excel de nuestro escritorio que llamamos «Presupuesto Familiar» (será doméstico, pero por lo menos tenemos), y a otra cosa.
El problema no son ya los nuevos impuestos, sino la inexistencia práctica de herramientas para afrontar los avances de un Estado que se reconoce todo poderoso, y consecuentemente avanza.
Lo peor no es ver como se achica el número final de nuestro Excel (aunque sí que es feo), sino reconocernos con habitualidad en esta zona de disconfort que terminamos aceptando, no por dejados o masoquistas, sino porque las herramientas que tenemos para defendernos ya no sirven como tales.
Buscar un único culpable pareciera injusto, probablemente tan injusto como pensar que todos tenemos la culpa en igual medida. Culparnos por votar mal, dura un rato, pero francamente roza lo antidemocrático. Entonces…
Y sí… La solución demandaría contar con un Poder Judicial que se sienta dueño de la ferretería, que desempolve aquellas herramientas olvidadas, y que nos de la satisfacción de seguir acá, dando batalla.
Fuente: iprofesional