DOCTRINA – Abuso sexual: entre realidades y caza de brujas – Autora: María Marta Vega

Las nuevas normativas jurídicas, la creación de fiscalías y equipos técnicos especializados en víctimas, y todos las medidas proteccionistas hacia la mujer y los/as niños, han generado una avalancha de denuncias de abuso sexual en la justicia penal, situación que viene a reparar años de silenciamiento de la problemática, sin condena social ni legal.

En este nuevo contexto más que justo, la Justicia y las normativas han abierto también sus puertas para miles de denuncias inconsistentes, y hasta maliciosas en muchos casos, a sabiendas que con el solo hecho de denunciar un abuso hacia un menor se desatará el procedimiento de investigación y medidas cautelares de apartamiento del supuesto agresor (hombres en su gran mayoría) de la supuesta víctima y llegado el caso de elevación a juicio la condena del delito cometido. En los últimos tiempos, la exposición del fenómeno del abuso sexual ha invadido la escena pública generando una especie de obsesión para padres, docentes y sociedad en general, atentos a interpretar algunas conductas y/o manifestaciones verbales de los niños, asignándole a algunas, condición abusiva, a veces sin mucho fundamento.

Muchas docentes no cambian pañales ni tocan a los niños, aterradas por la posibilidad de ser denunciadas como abusivas sexuales y de hecho las denuncias de abusos escolares se suceden permanentemente, con el agravante de que son expuestas en los medios, para deleite de la prensa sensacionalista y para confusión y alarma en la población.

Las teorías fundamentalistas del abuso han instalado la idea de que los niños no mienten cuando relatan hechos sexuales de naturaleza adulta, pero en realidad los niños pueden mentir, distorsionar, fabular, fantasear o simplemente reproducir escenas adultas de contenido genital por el solo hechos de haberlas presenciado o haber accedido a pornografía vía internet u otros medios, muchas veces al acceso de niños por descuido adulto o adolescente…

Los niños de hoy están insertos en una sociedad erotizada, con exaltación de la sexualidad, expuesta en las redes y televisión, a las que tienen fácil acceso y que sumado a los cambios de paradigma respecto a los nuevos formatos sexuales y de vincularidad entre los diferentes géneros y la inclusión de contenidos educativos en los contextos escolares sobre sexualidad, hace que hoy los niños presenten una sexualidad precoz con conocimientos sexuales que en otra época hubiera sido imposible de suponer.

Nuevos formatos abusivos han aparecido en esta nueva realidad como pornografía en internet, redes de pedófilos que encuentran en las redes los sitios ideales para la captación de sus víctimas infantiles, grooming, y es posible que en un futuro la consideración de esta problemática que es multicausal, se modifique y exija nuevas lecturas, acorde a las nuevas modalidades de la época.

Hoy en día opinar diferente a lo que indica la ideología de género con sus categorías de mujer-niño/a víctima y hombre agresor, así como poner en duda la credibilidad de los relatos abusivos hacia niños/as y cuestionar las teorías del abuso sexual que sostienen que los niños jamás mienten en sus relatos, es peligroso y genera estigmatizaciones en las profesionales que nos atrevemos a cuestionar la credibilidad de lo denunciado, quedando rotuladas como “defensoras de abusadores” y retrógradas, especialmente de parte de los movimientos que han utilizado estas temáticas como estandartes de luchas políticas.

En este marco, se cuestiona desde un discurso estereotipado y cerrado las intervenciones periciales de la Justicia (y/o las de parte) cuando descartan lo abusivo denunciado o ponen en duda la credibilidad de las supuestas víctimas infantiles y la intención denunciadora, o se atreven a no ver indicadores psicopatológicos en los supuestos abusadores, que se condigan con lo denunciado.

Sobrepasadas por la excesiva demanda de denuncias que obligan la intervención en todos los casos, las colegas de los equipos de la Justicia Penal, además de afectar su seguridad psicológica en una tarea insalubre, sin tiempos para la reflexión, sobreexigidas en su función ya que en la mayoría de los casos no hay indicadores físicos y la credibilidad de lo denunciado se dirime en las periciales que aunque se digan no vinculantes, han pasado a ser casi la única prueba a la hora de tomar decisiones, están corriendo el riesgo de terminar como las brujas de Salem, ahorcadas por el histerismo colectivo del abuso sexual y esta especie de cacería de brujas en la que por desconocimiento o presunción de culpabilidad del supuesto abusador, que será culpable hasta que se demuestre lo contrario, no admite lecturas diferentes a lo que indica el discurso reinante. Los movimientos del Ni una menos y Thelma Fardin, han colaborado a instalar la idea de una demonización masculina cada vez más progresiva en la que más que reparación histórica pareciera una campaña indiscriminada en la que los hombres, cargan con la culpa histórica de sus antepasados y las mujeres-niños/as con el haber sido víctimas de su perversidad milenaria. Lo peor es que en estas cruzadas para demostrar la veracidad de lo denunciado, no se duda en exponer a niños a un recorrido victimizante de exposiciones del supuesto relato abusivo (ante familiares, profesionales del ámbito público y privado) revisaciones ginecológicas humillantes, y llegada la instancia de denuncia, (también y otra vez) a procedimientos que han quedado perimidos como la Cámara Gesell, instrumento de “delación” que deben atravesar las supuestas víctimas infantiles (curiosamente creada para evitar la revictimización en el relato!!!) que en presencia de una psicóloga angelada y un excesivo público de abogados detrás de Cámara en dudosas condiciones de evaluar la credibilidad del relato, y tomar medidas cautelares, saciarán su fascinación voyerista de escucha.

Tampoco es esperable que el niño supuesta víctima dé un testimonio acabado de lo ocurrido en una sola entrevista en un contexto tribunalicio atemorizante.

Así como largo y engorroso e el procedimiento de intervención judicial, más complejo aún es dilucidar la credibilidad del relato y realizar una pericia certera y responsable en solo dos o tres entrevistas con la supuesta víctima, posterior a la realización de la Cámara Gesell, tal como se ordena de rutina para responder los puntos que demanda la Fiscalía.

Las/os peritos deberán sostener su dictamen en instrumentos proyectivos de poca validez científica. El SVA (Evaluación de la validez en las declaraciones) y su metodología el CBCA (Análisis de contenido basado en 19 criterios de realidad) es la única técnica que se desarrolló para valorar las declaraciones verbales de niños que habían sido víctimas de abuso sexual.

No obstante ser el único método de valoración, ha sido cuestionado por no ser una técnica objetiva ya que depende de la interpretación personal del entrevistador, muchas veces sesgada por su ideología, así como el CBCA es insuficiente porque no tiene en cuenta las manifestaciones del niño, ni otras variables de análisis como edad, capacidades cognitivas, proceso de la memoria y sus transformaciones, variables como la disociación y el tiempo transcurrido entre lo sucedido y la toma de la pericia.

Como sea, y más allá de los cuestionamientos a esta técnica, en los equipos no se aplica porque su instrumentación es larga y engorrosa y con la sobredemanda, sería imposible su aplicación acorde los protocolos indicados, quedando como instrumentos de valoración complementaria, algunos tests proyectivos de dudosa validez científica.

Fuente: Revista
Familia & Niñez
Número
189
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