Las nuevas normativas jurídicas, la creación de fiscalías y equipos técnicos especializados en víctimas, y todos las medidas proteccionistas hacia la mujer y los/as niños, han generado una avalancha de denuncias de abuso sexual en la justicia penal, situación que viene a reparar años de silenciamiento de la problemática, sin condena social ni legal.
En este nuevo contexto más que justo, la Justicia y las normativas han abierto también sus puertas para miles de denuncias inconsistentes, y hasta maliciosas en muchos casos, a sabiendas que con el solo hecho de denunciar un abuso hacia un menor se desatará el procedimiento de investigación y medidas cautelares de apartamiento del supuesto agresor (hombres en su gran mayoría) de la supuesta víctima y llegado el caso de elevación a juicio la condena del delito cometido. En los últimos tiempos, la exposición del fenómeno del abuso sexual ha invadido la escena pública generando una especie de obsesión para padres, docentes y sociedad en general, atentos a interpretar algunas conductas y/o manifestaciones verbales de los niños, asignándole a algunas, condición abusiva, a veces sin mucho fundamento.
Muchas docentes no cambian pañales ni tocan a los niños, aterradas por la posibilidad de ser denunciadas como abusivas sexuales y de hecho las denuncias de abusos escolares se suceden permanentemente, con el agravante de que son expuestas en los medios, para deleite de la prensa sensacionalista y para confusión y alarma en la población.
Las teorías fundamentalistas del abuso han instalado la idea de que los niños no mienten cuando relatan hechos sexuales de naturaleza adulta, pero en realidad los niños pueden mentir, distorsionar, fabular, fantasear o simplemente reproducir escenas adultas de contenido genital por el solo hechos de haberlas presenciado o haber accedido a pornografía vía internet u otros medios, muchas veces al acceso de niños por descuido adulto o adolescente…
Los niños de hoy están insertos en una sociedad erotizada, con exaltación de la sexualidad, expuesta en las redes y televisión, a las que tienen fácil acceso y que sumado a los cambios de paradigma respecto a los nuevos formatos sexuales y de vincularidad entre los diferentes géneros y la inclusión de contenidos educativos en los contextos escolares sobre sexualidad, hace que hoy los niños presenten una sexualidad precoz con conocimientos sexuales que en otra época hubiera sido imposible de suponer.
Nuevos formatos abusivos han aparecido en esta nueva realidad como pornografía en internet, redes de pedófilos que encuentran en las redes los sitios ideales para la captación de sus víctimas infantiles, grooming, y es posible que en un futuro la consideración de esta problemática que es multicausal, se modifique y exija nuevas lecturas, acorde a las nuevas modalidades de la época.
Hoy en día opinar diferente a lo que indica la ideología de género con sus categorías de mujer-niño/a víctima y hombre agresor, así como poner en duda la credibilidad de los relatos abusivos hacia niños/as y cuestionar las teorías del abuso sexual que sostienen que los niños jamás mienten en sus relatos, es peligroso y genera estigmatizaciones en las profesionales que nos atrevemos a cuestionar la credibilidad de lo denunciado, quedando rotuladas como “defensoras de abusadores” y retrógradas, especialmente de parte de los movimientos que han utilizado estas temáticas como estandartes de luchas políticas.
En este marco, se cuestiona desde un discurso estereotipado y cerrado las intervenciones periciales de la Justicia (y/o las de parte) cuando descartan lo abusivo denunciado o ponen en duda la credibilidad de las supuestas víctimas infantiles y la intención denunciadora, o se atreven a no ver indicadores psicopatológicos en los supuestos abusadores, que se condigan con lo denunciado.